Majestuosidad de otro mundo
Luego de mirar cientos de dibujos, decenas de pinturas y millares de esculturas del maestro Emiro Garzón, sin
haberlo tenido a él jamás frente a los ojos, uno no puede creer
que el autor de tanta majestuosidad sea un hombre común y
corriente.
No vale la pena mencionar el momento ese, en el que
tuvimos la oportunidad de estrechar su mano, acompañando la acción
con la voluminosidad de una sonrisa noble, para decir que se
trata de un hombre que vale lo que pesa y no en bronce, sino en oro y
obvio de muchos kilates.
De origen campesino y con formación impresionantemente
natural, el maestro Emiro le ha demostrado al Arte Nacional que no se
necesita sino tener una alma inmensa y una gran capacidad de asombro, para
crear las inimaginables obras de arte que genio alguno pueda
concebir en cualquier lugar del mundo, si se posee unas manos como
las suyas y una gran habilidad para distinguir en el ambiente que nos
rodea, la diferencia que hay entre lo bello y lo que sobra. Emiro Garzón, ve y
va más allá.
Vivió la violencia amarga que vivimos muchos de los que
poblamos este país que con timidez nos ha regalado muchas alegrías y la
esculpió, la talló en madera y la dibujó con sus lápices de mil
formas. Pero como los grandes hombres, un buen día la abandonó para darnos
una nueva mirada al mundo, más alentadora, fresca y sublime por lo
que decidió rendir homenaje a la vida y enriquecer de manera
desbordante su obra, inundando el mundo del arte de mujeres caderonas, sensuales, pícaras,
eróticas y coquetas que aunque vestidas con trajes sencillos o desnudas, se mostraron y
muestran tiernas y nobles ante nuestros ojos, sugiriéndonos mundos mejores,
menos imposibles, así las sumerja en ambientes llenos de vacíos, necesidades,
trabajos y de soledad.
Sus dibujos, pinturas y sobretodo sus esculturas, obligan
al espectador a la caricia, a desear tocar esas voluptuosidades exageradas que salen de
su inconsciente y que se han cristalizado en esas composiciones que independientemente
de sus tamaños, recrean una familia de barrio, una cocina, una desplazada o
simplemente una enigmática mujer que se ha refugiado en una hamaca a la sombra de un
árbol, intentar construir desde su interior un mundo soñado.
Sus manos, así sean campesinas, no son de este planeta.
Germán A. Ossa E.
Crítico de Arte de Colombia
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